
Fran Rey —gerente de la Sidrería Noriega— es un hombre afable y entusiasta. A pesar de que ha sido una mañana ajetreada, no deja de sonreír. Cuando los últimos clientes del menú del día se van satisfechos, Fran se sienta con calma para dedicarme unos minutos. No tardo en darme cuenta que tengo ante mí a un autodidacta con una enorme experiencia como restaurador, un profesional que conoce a la perfección los entresijos de la hostelería, dentro y fuera de la barra. Mientras remueve unas llámpares imaginarias, explicándome la minuciosidad con la que María —la encantadora cocinera— limpia los moluscos, no puedo evitar centrar mi atención en los ojos del joven del retrato que cuelga a la espalda de Fran. Algo me dice que aquel hombre, ataviado como un capitán, timón en mano, y que simula fumar en pipa no es un actor, sino un hombre de carne y hueso. Su mirada alegre y su sonrisa guardan cierto parecido con la de Fran.
Tras enumerarme con entusiasmo la amplia variedad de su carta, trufada de especialidades caseras como las Carrilleras, el Hígado encebollado, los Chipirones afogaos, los Mejillones al tigre o a la marinera o el Cachopo Noriega —con una salsa especial, secreto de la casa—, entre otros muchos deliciosos platos demandados cada vez más por su excepcional calidad, Fran hace hincapié en el cariño con el que trata la sidra. Un exhaustivo control de la temperatura y un escanciado exquisito le han granjeado su merecida fama dentro de la Ruta de la sidra. Y es que en pocas sidrerías se trata la sidra con tanto mimo. Contrueces, Cabueñes y Riestra —los tres palos con los que trabaja— están sin duda en buenas manos, como atestigua su creciente clientela.

Aunque la excelencia gastronómica y sidrera no serían nada sin el factor humano. El vínculo emocional con el cliente es esencial para Fran. Incluso —como el mismo me comenta— algunos clientes han llegado ha establecer una verdadera amistad con él fuera de la barra. Sólo alguien con una verdadera pasión por su trabajo, alguien que cuida los más mínimos detalles sin pretenciosidad puede conseguir algo así. Y esto me recuerda al hombre del retrato. «Es mi padre —me dice emocionado— un hombre querido por todos que hacía amigos allí por donde iba». Sin duda ha heredado su carisma —pienso— mientras escancia un culín a un cliente.
Pero el encanto tradicional de Noriega no se agota aquí. Un caso claro en el que las palabras se quedan cortas para describir el calor humano y el buen hacer que se respira en esta acogedora sidrería. Una sidrería con alma para todas las edades y todos los paladares, donde, a buen seguro, nos encontraremos como en casa.